Ayamonte acudió a San Diego de Alcalá eligiéndolo como su particular Patrón, Defensor y Abogado, en una reunión de la que se levantó un acta que constituye el Voto a San Diego y que se lee así:
En la villa de Ayamonte a doce días del mes de noviembre de
mil seiscientos y tres años estando en la iglesia del Señor
San Francisco de esta villa Su Señoría el marqués de
Ayamonte y el Concejo, Justicia y Regimiento de la dicha villa
y los demás que abajo firmaron en su nombre y por todos los
vecinos de esta villa que están presentes y ausentes y por los
que de Su Señoría el dicho marqués vinieren y sucedieren y
de los demás nacieren en este Estado y villa para siempre
jamás, cuya voz y persona representa, llamaron, invocaron y
constituyeron por su particular Patrón, Defensor y Abogado
para todas las necesidades al Bienaventurado Señor San
Diego y particular y señaladamente para que con su
intervención y méritos alcance de Nuestro Señor alce el
castigo de su ira a que justamente le habemos provocado con
nuestros pecados de la peste que ha empezado en esta villa
y vecinas de ella, que en señal de tomarle y nombrarle por su
particular Patrón y Abogado, prometían, votaron y ofrecieron
de guardar y solemnizar su fiesta agora y para siempre jamás
y de asistir el dicho marqués y sus sucesores hallándose en
esta villa y todas las personas del Cabildo que son o fueren
con más veinticuatro hombres, digo personas, que para ello
serán señaladas por el dicho Cabildo con velas encendidas
en las manos, a las vísperas procesión y misa el dicho día del
Señor San Diego en cada un año para siempre jamás y en
señal de reconocimiento ofrecerán las dichas velas al tiempo
del ofertorio y darán aquel día de limosna a pobres
vergonzantes cuatro fanegas de pan masado y cuatro
carneros o una vaca y traigan confirmación del dicho voto de
quien se lo pudiere y debiere dar, y en señal de que así lo
prometieron dijeron todos así lo prometemos y votamos y lo
firmaron todos los circunstantes: el marqués de Ayamonte, el
licenciado Medinilla, Diego de Zúñiga Maldonado, Diego
Domínguez, Francisco Barba, Martín González Balbas,
Santiago Ramírez, Luis de Palacios, Andrés Jaimez de
Flandes, Francisco de la Feria Camacho, el doctor Abreu,
Pedro Díaz, Pedro de Campos, el bachiller del Corro, Alonso
Domínguez, Juan de Zabala, Bartolomé Rodríguez Castillo,
Diego González, escribano Juan Camacho, Bernardino Sanz,
Francisco Rodríguez de Álvarez, Diego Fernández Olivos,
Fernando de Balabarca, Alonso González, Juan de Sagre,
Domingo Rivero, Alonso Gutiérrez Grimaldo, Juan Gallego
Gil, Diego Mateos Escandón, Juan de Cádiz, escribano
público Fernando Gómez, ante mí Cristóbal Barrionuevo,
escribano del Cabildo público y Cristóbal de Barrionuevo
escribano del Rey Nuestro Señor, del Cabildo público de
Ayamonte, presente fui y lo hice escribir y puse mi signo en
testimonio de verdad Cristóbal de Barrionuevo, escribano del
Cabildo y público (31).
A este Voto le sigue un mandamiento, fechado en Sevilla el 20 de noviembre de 1603, del Provisor y Vicario General del Arzobispado de Sevilla, el licenciado D. Felipe de Haro, por el Arzobispo, Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Cardenal, D. Fernando Niño de Guevara, por el que aprueba y confirma la dicha promesa.
Sigue otro mandamiento, del 14 de diciembre de 1603, del Vicario de la villa de Lepe, D. Francisco de Rojas, quien habiendo visto el mandamiento del Provisor de Sevilla, mandó que se notificara a los curas de las iglesias de Ayamonte para que tuvieran y celebraran por tal día de fiesta el día del bienaventurado San Diego.
Luego, el escribano del Cabildo fue notificando a cada uno de los curas de las iglesias de Ayamonte, a Juan de Balmaseda, Alonso Montaño y Pedro González, que lo eran de Nuestro Señor y Salvador; y a Juan Yanes, Francisco Escaso y Cristóbal Montaño, que lo eran de Nuestra Señora de las Angustias, los dichos mandamientos del Provisor y del Vicario en los que mandaban que se guardara como las demás fiestas de guardar la festividad de San Diego, manifestando todos, en el momento de estampar sus firmas, que así lo harían, tras lo cual el Voto original, los mandamiento y las aceptaciones quedaron depositadas en una caja de tres llaves en el archivo del propio Cabildo.
San Diego de Alcalá es particular Patrón y Abogado de Ayamonte, en razón al voto hecho por el Marqués, Consejo, Justicia y Regimiento de esta villa el 12 de noviembre de 1603, con ocasión de la peste o cólera que ya había producido muertes en nuestro término.
San Diego vio la luz en el pueblo de San Nicolás del Puerto, entre Cazalla y Constantina, en la diócesis de Sevilla. Murió en Alcalá de Henares (Madrid), el 12 de noviembre de 1463.
Fue fraile lego franciscano. Su campo de apostolado fue la isla de Fuerteventura, Sevilla y Alcalá. Sobresalió en la práctica de las virtudes franciscanas, sobre todo en la gran caridad que demostró con sus hermanos necesitados.
Fue canonizado en 1568 a impulsos de la gran devoción que le profesaba Felipe II.
La imagen de San Diego que se venera en Ayamonte, en madera policromada, es del escultor Martínez Montañés, según contrato firmado por éste con el Padre Guardián del convento de San Francisco de Ayamonte, fray Cristóbal de Atienza, el 19 de julio de 1590. La imagen estuvo en el convento de San Francisco hasta 1813, en que, por desavenencias de las autoridades del pueblo, fue depositada en la parroquia de Ntra. Sra. de las Angustias.
El famoso imaginero tomó como modelo otra escultura que ya había ejecutado, en 1589, para la iglesia de San Francisco de Cádiz.
San Diego de Alcalá nació en el seno de una familia muy humilde e ingresó en la Orden de los Frailes Menores Observantes, quienes hacían, a diferencia de de los Conventuales, una interpretación estricta de la regla de pobreza predicada por San Francisco.
Entre los frailes Observantes se favorecía el analfabetismo, ya que entendían que así uno era más pobre ante los ojos de Dios y esto ofrecía menos impedimento en el camino de la virtud y de la simpleza.
Una vez admitido, fray Diego fue enviado al convento de San Francisco de Sevilla donde pasó diez años, entre 1431 y 1441.
Aquel convento era conocido en la historia de la Orden franciscana y en la de la propia ciudad de Sevilla como la Casa Grande. Hoy ya no existe el citado monasterio, que fue incendiado por las tropas de Napoleón, ocupando su solar parte del Ayuntamiento y la Plaza Nueva o Plaza de San Fernando.
Dicho convento, que había sido donado, en el año 1263, a la Orden franciscana por Alfonso X el Sabio, estuvo relacionado con la historia de Ayamonte ya que con el transcurso del tiempo, D. Francisco de Guzmán, el IV marqués de Ayamonte, instituyó para él y para sus descendientes el Patronazgo perpetuo de su capilla mayor.
San Diego de Alcalá nació en el seno de una familia humilde, hacia el año 1400, en San Nicolás del Puerto, provincia de Sevilla.
Llegó a la edad adulta sin saber leer ni escribir, como la mayoría de los de su siglo, y se hizo lego franciscano en el convento de los Frailes Menores Observantes de Arrizafa (Córdoba), luego vivió en otros conventos: Sevilla, Fuerteventura, Roma y, por fin, en Alcalá de Henares, ciudad en la que permaneció hasta su muerte, en 1463.
Eran años de mucha pobreza. A San Diego, desde joven, se le atribuían muchos milagros, por eso sus compañeros, los frailes de San Francisco de Ayamonte, encargaron en el año 1590 al gran escultor del barroco español, Martínez Montañés, una imagen suya, que recibía veneración en la actual capilla de la Sagrada Lanzada. Desde ella obró San Diego, en el año 1603, el milagro de librar a una buena parte de la población ayamontina de morir invadida por la enfermedad de la peste.
El Ayuntamiento de Ayamonte lo proclamó patrón y para festejarlo y ayudar a los pobres -como era costumbre de fray Diego- ofreció dar como limosna cada año cuatro fanegas de pan y cuatro carneros o una vaca.
La rosquilla de pan que en estos años se reparte en el día de San Diego no es más que un símbolo de aquel voto, de aquel compromiso municipal.
La proximidad de una epidemia de peste en los primeros años del s. XVII causó en Ayamonte un tremendo pavor. Rápidamente se tomaron precauciones para evitar la entrada de gentes y productos infectados, poniéndose guardias en los caminos. Al prohibirse los contactos con otras poblaciones, empezó a faltar el trigo y el poco pan que se amasaba alcanzó un alto precio, por lo que no estaba al alcance de todos.
Ayamonte, a pesar de los esfuerzos, no pudo librarse ni del hambre ni de aquella terrible epidemia que provocó la muerte de muchos vecinos.
Todos estos males se consideraban en aquel tiempo como un castigo divino, prueba de ello son las expresiones “Dios Nuestro Señor nos ha castigado” o “por nuestros pecados”.
Por eso Ayamonte acudió en aquella oportunidad a San Diego de Alcalá, fraile franciscano al que se le atribuían numerosos milagros, que acababa de ser canonizado y al que, en el convento de Ayamonte, sus compañeros de la Orden le habían levantado un altar.
Ayamonte, con su marqués a la cabeza, nombró a San Diego como su Patrón, Defensor y Abogado en una reunión celebrada el 12 de noviembre de 1603 de la que se levantó un acta que constituye el Voto a San Diego.
La rosquilla de pan que se da cada año tras la procesión del Patrón es un símbolo de la ayuda a los pobres que el Ayuntamiento, para paliar el hambre, ofreció dar hace ya 404 años.
Ayamonte, como toda Andalucía, sufrió hace 405 años una tremenda epidemia de peste, una enfermedad horrible que causaba un considerable número de muertes.
Este mal, como otros, se consideraba en aquella época como un castigo divino y por eso muchos pueblos se encomendaban a la Virgen o a los santos para vivir bajo su protección. Nuestros paisanos en aquella oportunidad acudieron a San Diego, un fraile franciscano al que se le tenía mucha devoción en toda España y del que se tenía una imagen en el templo de San Francisco.
Milagrosamente, la enfermedad empezó a desaparecer a partir de la fecha en que Ayamonte eligió a San Diego como su Patrón y Defensor, cosa que ocurrió el 12 de noviembre de 1603. Sin embargo, como todavía quedaban algunas personas que padecían aquella enfermedad tan contagiosa, el Ayuntamiento instaló un lazareto -una enfermería- en la calle San Sebastián, y para que no hubiera posibilidades de contagio ordenó que se cerrase dicha calle al paso de cualquier persona (el cierre se hizo con unas tablas grandes que se sacaron de la Jabonería).
El Ayuntamiento puso al frente del lazareto, durante un tiempo, a un barbero-sangrador para que cuidase de los enfermos y éstos, al sanar, eran enviados al campo para que allí se desprendieran de los últimos vahos malignos.
Cuando se consideró que la epidemia había desaparecido por completo (el día 5 de enero de 1604), el Ayuntamiento -por medio del pregonero- pidió a todos los vecinos que pusieran luminarias en sus ventanas y azoteas, como señal victoriosa del término del mal.
En el año 1400 nació en San Nicolás del Puerto, en la sierra norte de Sevilla, un niño al que pusieron por nombre Diego. De su niñez y de su primera juventud se sabe muy poco, sólo que creció en un ambiente muy humilde, propio de la ocupación de sus padres que se dedicaban a los quehaceres del campo.
La sencillez de su vida lo llevó a ingresar en un convento franciscano en el que le resultaba fácil aceptar los consejos de sus superiores, practicando la obediencia y desde luego la caridad, el amor a los demás. Y siendo ésas, precisamente, las virtudes que más lo adornaron durante su vida, todos los que lo conocieron llegaron, luego, a considerarlo como un hombre santo, al que se le han atribuido una buena cantidad de milagros.
Enrique Arroyo Berrones